miércoles

Sus manos eran muy bellas

Sus manos eran muy bellas. Parecía andrógina hasta que pude ver su color. Yo iba concentrado en la deslumbrante música de We Want Miles. Las percusiones tan acertadas hace tanto no escuchaba, y ese bajo demoledor. La miré de reojo apenas unos segundos como un buen y respetuoso moralista de los bondis. Dobla en una calle oscura de almagro y llovía un poquito. Me patino y apoyo la mano en el asiento de mi derecha, la rozo. Los dedos finos, fríos terminaban en uñas pintadas de rojo casi escarlata, pero su pulgar izquierdo estaba un poco despintado, como ella que era así. Un perfume natural, mi déjà vu. Sabía que no lo había olido nunca pero es como si hubiese estado esperando para encontrarlo. Observaba su cara particular en la ventana que reflejaba, yo mientras con el pecho en alto, apoyando todo mi peso corporal sobre mis caderas de un costado y moviendo repetidamente mis dedos al ritmo de la música. Que vientos, que saxo y unos punteos de guitarra bien rancios. Mi ojo percibía rasgos en su cara, finos, como un niño. Ella era blanca y tenía las facciones hermosas. Mi mirada afilada y atenta bien adrenalínica, no era amor, tampoco sexo, sino una sensación bastante extraña de intriga y frío. Deseaba encontrar su calidez. Pasa un señor hacia el fondo y sin querer me toca de atrás, yo por reflejo me doy vuelta y husmeo la cara femenina de perfil, su nariz que apuntaba casi cóncava al suelo, un pelo bien lacio morocho, muy corto. La vestimenta no importaba, estaba todo en la cara, aunque no pude evitar detectar autenticidad lograda a partir del “no me importa cómo”. Sus pupilas se disolvían en el falso espejo, sabía que no la iba a ver. Era lo siniestro de todo lo atractivo. Con el hermoso y brutal jazz al fondo, mi mente buscando entender a esa mujer. No la conozco. Fue recién a un par de paradas antes de que me baje que supe que tenía que mirarla a los ojos. Los demás pasajeros nunca existieron para mí, eso era fundamental. Agarro mi mochila en el suelo, la música bien intensa. Me aseguro de clavarle la mirada, sabiendo que ella lo iba a notar. No era de neurótico ni de perseguido asegurar que había notado yo cierta tensión durante el viaje, solo no había juntado el coraje. Suena Ursula, Aida. Su cabeza que iba caída, sin ganas, pero bien plantada se asegura de mirarme también. Sus ojos celestes (blancos para mí) y vacíos me observaron durante un segundo. Qué rápido pude procesar los rasgos excéntricos de su cara, me encantaba su fisonomía, su todo. Se me heló la piel cuando hice contacto, su expresión intensa de las cejas con una pequeña y débil sonrisa perversa. Ella estaba despiadadamente segura de lo que lograba en mí. Hubiera deseado matarla o hacerle el amor. Mi cuerpo tomó energías, por inercia esperé a que la máquina frenara y sin pensar en otra cosa me bajé donde debía. Me podría haber pisado cualquier auto, mi cabeza estaba perdida. Fueron los ojos psicópatas que me enamoraron y al mismo tiempo me entregaron miedo, pudor y adrenalina. Pude haber ido en mi vida a recitales y shows de varias horas o haber persistido para conseguir relaciones con alguien esperando una sorpresa, pero hace bastante tiempo nadie me había transmitido tanta vida en algo tan efímero, fue escalofriante. Caminé una cuadra frágil e impresionado, pero seguro de que si en ese momento alguien me intentaba matar yo no iba a dudar en cortarle la garganta. Me creo seguro de que no se nada, pero haber sabido exactamente en ese momento lo que ese cuerpo me transmitía me desplomó. Fue una demostración que le dio la naturaleza a mi cuerpo de la fría psicopatía y qué miedo haberme sentido tan bien.

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